Mi abuelo Joaquin

Tuesday, March 25, 2008

Hoy mi abuelo habría cumplido 85 u 86 años, nunca supe su edad exacta. Él decía que había nacido en 1921, pero su DNI afirmaba 1920, aunque, según parece, mi bisabuelo (su padre), otro Joaquín de esta historia, perdió o hizo desaparecer sus documentos tras la guerra civil española para protegerle. Mi abuelo se fue a la guerra como voluntario republicano en lo que se llamó "la quinta del biberón", porque eran chavales de 15/16 años como los que yo tengo en clase ahora. Así que, al acabar la guerra como perdedor, herido (estuvo mucho tiempo en un hospital en una ciudad del norte y su familia no supo de él durante muchos meses) y conseguir regresar a Elche, si se hubiera descubierto que había ido voluntario, podría haberse tenido que enfrentar a la cárcel o a algo peor. Mientras que si había nacido un año antes, como le tocaba por edad marcharse al frente, no pasaba nada. Por eso se perdieron los documentos. Mi abuelo jamás hablaba de la guerra, aunque sí de la mili en Zaragoza, que le tocó hacer al acabar la contienda.

Desde los 8 hasta los 26 años, prácticamente viví con mi abuelo, pues él vivía con mi tío en el piso de en frente y pasábamos los veranos y las vacaciones juntos en el chalet de Perleta. Como el día de San Joaquín y Santa Ana es el mismo (26 de julio), celebrábamos en familia ese día en el que mi abuelo, mi tío y yo compartíamos santo. Y, como mi cumpleaños es el 1 de septiembre, que todavía estábamos de vacaciones de verano, seguíamos en Perleta.

Mi abuelo solía entrar en mi habitación con un jarrón con flores cortadas del jardín, yo me hacía la dormida, y él las dejaba en mi mesita de noche para que las viera al despertar. Años antes, cuando era más pequeña y aún vivíamos en Badalona, cuando veníamos a Elche en verano él me hacía chocolate con leche antes de irse a trabajar y luego mi madre lo calentaba cuando me despertaba. Nos daba todos los caprichos a mis hermanos y a mí, sus únicos nietos.

En mis años de colegio, me tocaba hacer gimnasia a las 3 de la tarde los viernes. Siempre he odiado la educación física y mucho más los viernes a las 3 de la tarde. Por eso, mientras corría por la pista, pensaba que, por suerte, esa noche hacían el Un, dos, tres y nos pasaríamos a casa de mi abuelo a verlo en la tele en color, ya que nosotros sólo teníamos tele en blanco y negro. Y mi abuelo sacaría galletas, dulces, turrón si era época navideña, y nos lo pasaríamos bomba. Lo mejor de los viernes era ver el Un, dos, tres en casa de mi abuelo.

Cuando cumplí 18 años, quería hacer algo especial para celebrar mi mayoría de edad y le pedí a mi abuelo que me llevara al bingo. A mi abuelo le encantaba el bingo, los juegos de cartas y las loterías de todo tipo. Cuando ganaba a las cartas nos llamaba para que fuéramos a ayudarle a recoger el premio en el bar de la Comisión de fiestas del barrio: casi siempre botellas de detergente, suavizante o aceite de oliva. Así que allá que nos fuimos los dos, la primera y la última vez que he entrado en un bingo. El portero, que conocía de vista a mi abuelo, preguntó si era su hija y yo lo dejé mal, porque dije que era su nieta. Mi abuelo, que era bastante coqueto, habría contestado que sí, si no me hubiera adelantado yo. Lo siento, pero si no, mi padre, ¿qué? Mi abuelo conservó siempre el pelo negro, ya gris al final de sus días, lo cual le hacía parecer 15 o 20 años más joven. Perdimos, claro, y allí el dinero iba que volaba, así que, a las dos partidas le dije que nos fuéramos.

La última vez que jugó a las cartas, lo acompañé yo a la Comisión de fiestas. Estaba bastante mal y al día siguiente ingresó en el hospital, en el que murió a las tres semanas. Pero quería jugar a cartas y yo no le iba a negar el gusto. Así que nos fuimos los dos del brazo, como dos novios, y andando muy despacio, lo cual me hizo pensar que debía de estar grave, un hombre tan vital como había sido él siempre. Lo dejé allí y le dije que luego iría a recogerle, pero después lo trajo un vecino en coche.

En el hospital yo intentaba estudiar para los exámenes del máster de traducción que hacía por entonces y él se preocupaba porque pensaba que, por su culpa, no iba a estudiar bien. Hablamos un montón, más de lo que habíamos hablado nunca, y nos dio tiempo a despedirnos sin que ninguno de los dos dijera "adiós" jamás, porque no íbamos a reconocer que nos quedaba poco tiempo de estar juntos. Yo llevaba meses escribiendo un trabajo de Traductología sobre el último cuento de Dubliners, de James Joyce, que, por ironías del destino, se llama The Dead, Los muertos, en la traducción española. El día en que murió mi abuelo, yo tenía que ir a la universidad a entregar el trabajo y hacer un examen oral sobre ello. Podría haberlo cancelado, pero pensé que a mi abuelo no le habría gustado saber que cambié un examen por él. Así que fui y saqué un 9'5 (10 es el máximo).
En los dos últimos años, las oposiciones han empezado el 25 de junio, el aniversario de la muerte de mi abuelo, y yo, mirando su foto, la última foto suya, que le hice yo dos meses antes de morir, la que tengo siempre en la estantaría e, incluso, me llevé a Valencia cuando vivía allí, le he dicho: "A ver si acertamos el bingo esta vez", ya que en el primer examen se sortean con un bombo de bingo dos temas entre los 69 que hay que estudiar y de esos dos, tienes que escribir sobre uno. La verdad es que no han salido malos temas, pero podrían haberme salido mejores, y siempre vuelvo a casa a decirle a mi abuelo: "Abuelo, afina más, afina, mueve las bolas para que me toquen las buenas, que así, no voy a aprobar las oposiciones en la vida". Pero sé que un día a mi abuelo y a mí nos tocará el bingo, ya tiene que estar cerca.


Autora: Amelche (Ana M. Alonso)

Read more...

El tío Nelson la chancha y un trago

Wednesday, February 27, 2008

Resistencia, Chaco. NE de la Argentina. Década del 70. No había telefonía celular, la única que existía era estatal y malísima, y si bien no era una maravilla, teníamos un servicio ferroviario provisto por el Estado que unía numerosas localidades a lo largo y a lo ancho del país -en el mapa un tramo del viaje atravesando la Provincia de Santa Fe- que hoy languidece en el olvido o ha muerto....

......................................................................

Primera Parte


En aquellos años, previos a los años de plomo, y si bien la cosa ya venia dura, allá por el 73 o 74, fue una decisión de enterrar las hachas y hacer la paz en la familia. Ya dije que en mi familia las cosas son complicadas y para entenderlas hay que ir dos siglos atrás, pero he aquí que después de años de no darse bola, los hijos de dos matrimonios distintos de mi abuela Rose decidieron festejar una Navidad como el presbiterianismo manda, todos juntos, olvidando viejos rencores en casa de mis padres (y donde yo me emborrache por segunda vez, se acuerdan?). Mi tía y mis primos -la familia de Robinson- llegaron con antelación en bus doble camello, con múltiples paradas en ruta; y con el tiempo justo para dejar a buen resguardo el jardín de rosas, el trabajo, y las andanzas, con posterioridad llegarían mis tíos: Lord Robinson y Nelson, el Gran Pez. Fue más por las andanzas del ultimo (atender algunos 'negocios', hacerse unas escapadas a la reserva toba para lograr la venta de la producción de cacharros de barro cocido a tiempo para que la comunidad tuviera algo que festejar, alguna amada de turno, unas partidas en algún tugurio para hacerse de efectivo, amigos en la mala que consolar, un contrabandito, incluido los regalos para sus sobrinos, lo mejor que hubiera de Paraguay, cosas que en Bs. As. no se conocían) mas que por otra cosa, la única forma que encontraron de llegar fue vía FFCC, servicio Nro. 707/708 del Belgrano, que partiendo del Chaco unía varias localidades Vía Tostado, un viaje de casi 72 hs. que dejaba a la Odisea de Homero por el suelo.

Pero el Lord se consoló con los pasajes en primerísima clase o pullman que sabe Dios de donde obtuvo y le puso Nelson delante de sus narices, consolándose que serian al menos larguísimas horas pero con aire acondicionado. Dos días antes de la Navidad -quiero decir, para llegar dos días antes de la Navidad- allí subieron los dos hermanos tan distintos como el día de la noche: Robinson era lo que definíamos como 'ropero' un tipo grandote, de tez blanco merluza, castañizo y también canizo, ojos verdes con la expresividad de una merluza congelada, sin gracia alguna, rígido, distante. Nelson, que portaba el nombre porque nació el día que de un certero balazo bajaron al verdadero Lord y héroe ingles, por esas ironías del destino era un tipo que amaba la vida como que más y a la única que eligió para hacerla su esposa, donde entraba llamaba la atención. Alto y espigado, mas allá de los rasgos físicos que lo habían favorecido, de las canas que se le disimulaban en un rubio ceniciento -que todas las matronas se mataban por conseguir en un pomo de tintura en una época que no quedaban bien los rubios dorados- de ojos que hablaban, histriónico, risueño, amigo de todo y de todos, tenia una rara cualidad para atraer lo bueno a su vida, un 'ángel' particular que no se ha vuelto a dar en la familia. El 'ángel' solo le dio en este caso para pullman y aquí fue que cayeron en cuenta que no es lo mismo este servicio que 'camarote' o compartimiento particular; se hallaron en un larguísimo vagón supernumerario, donde había que convivir con casi un centenar de personas, pero con toda la comodidad posible -asientos mullidos y apoyacabezas- para un viaje en donde había que poner el cuerpo y terminaba dolida hasta el alma. Robinson se instalo junto a la ventanilla como si fuera el Rey Jorge, saco su diario y se desentendió del mundo; Nelson a la media hora de viaje estaba aburrido y empezó a hacer el viaje caminando: de pullman a primera: asientos mullidos, apoyacabezas pero de color verde intenso y sin aire acondicionado, de primera a segunda o turista, donde los pasajeros se amontonaban en filas de tres y cuatro asientos iguales a los asientos de los trenes del conurbano, los bártulos amenazaban con hacer caer los portaequipajes y todas las familias parecían lucir cucardas de grandes reproductores por la cantidad de niños que lo hicieron batir en indigna retirada con un coro de llantos. No soportaba un llanto y menos sin tener un caramelo para calmarlo y no tenía en este viaje ninguno. Lo mas acogedor que encontró fue el coche comedor, un vagón con aspecto de antro de los años cuarenta, mas apropiado para él y donde se sentía mas cómodo en las frías mesas de formica gris que solo para almuerzo o cena ostentaban mantel, pero que dispensaba solo agua caliente para el mate, gaseosas y una aguachirle que llamaban café. Mate jamás probo por motu propio -solo si le convidaban y por no desairar-, gaseosas las odiaba y el aguachirle voló por la ventanilla, mientras no entendía a que los guardas recomendaban cuidar el agua, si a fin de cuentas era lo único que se podia tomar. Agua para lavarse las manos y en los sanitarios, le aclararon.





Es que era un viaje monumental, épico, cruzando con las vías que bajo el sol del subtrópico de Capricornio parecían débiles alambres recalentados y maleados por el sol, algunos tramos con bosques, paradas en estaciones de pueblos de mas de una hora y media para chequear números de vagones, subir cargas, bultos varios, gente que hacia el viaje solo hasta los pueblos y gente que subía para la gesta hasta Buenos Aires. Había que cruzar paralelos como el de los 28 grados de latitud sur, y ríos perezosos donde el puente era tan solo la vía y ríos caudalosos con puentes fortificados, como el Salado del Norte lo cual no garantizaba que alguna crecida se los llevara y a mitad de viaje se cambiaba de tripulación o sea de maquinistas. El tren no era un fornido dragón ni serpiente mitológica: Era una larga, larguísima serpiente vieja, que infundía respeto pero no temor, sin colmillos ni veneno, con sus escamas de pintura blancas por arriba, azules por abajo y una línea sanguínea en medio como remarcando la sangre vital de comunicación que hacia correr en su recorrido, dejando tras de si el viento de su paso cansino de los 90 km/hs. máximo que se desplazaba y un penacho de humo negro de gasoil mal quemado.


El viaje era lento, agotador, del cuerpo y la paciencia, a pesar de las pasadas de los mozos del coche comedor vendiendo bebidas, sándwiches y anotando la hora o turno para la cena: ni decir que Robinson avanzo en horario puntual al comedor a comer un menú preparado sobre los railes, al que hallo sin clase alguna, un potaje insípido y caro, pero no había otra cosa, sin notar que la mayoría de los comensales viajaban en su vagón y en primera. En la clase turista -eufemismo por tercera-, cada cual llevaba su vianda o compraba lo mas barato a bordo o estaciones intermedias de horario, en las que dicho sea de paso nunca llegaban a horario. Si el viaje, de entrada nomás, parecía eterno, ni contar cuando agarro la famosa Vía Tostado, cuando llego a este pueblo comprendió que nombre nunca más merecido: el tren tomaba una leve barranca cuesta abajo, una curva y se metía en un terreno amplio con varias vías, seco, tostado por el sol; el calor recalentaba la chapa de los vagones, y las dos paletas de metal que oficiaban de ventiladores en los vagones movían un aire denso como algodón, dejando a mi tío aprisionado en su vagón de privilegiado, empezando a entender porque jodían tanto con cuidar el agua, aunque una visita más por los vagones lo convenció de lo contrario con solo ver la cantidad de pasajeros, niños y usos de los enchapados sanitarios, era obvio que la cosa venia brava, y que pronto ni agua podría tomar, aunque recargaran en aquel pueblo cocinado y re cocinado por el calor. Robinson llevaba reservas ( y encima dormía como un bendito), pero Nelson no: no llevaba reservas de bebida alguna y había pasado mala noche, no pego los ojos torturado por el insomnio, los ronquidos desde la otra punta del vagón, había tenido que desayunar el indigno brebaje llamado café y no sabia donde ni con que mojar el garguero, cuando el guarda anunciaba la próxima parada en un pueblucho perdido, seguramente hoy borrado del mapa, y viendo los aprestos que hacían mas que nada en la clase turista o tercera, entre migas de galletitas, restos de sándwiches caseros de milanesas, leche derramada y bártulos a medio desarmar que daban a pensar en una parada de dos horas, Nelson se decidió y bajo a estirar sus piernas. Robinson lo intento, pero a la vista de un destartalado bar en una punta del andén y de un grupo de paisanos en achispado estado, se quedo en la escalera de la puerta y volvió a su butaca mientras su hermano rumbeaba al tugurio a tomarse un trago. Quien dice uno dice dos, quien dice dos, dice varios. No se bien cuantos, pero fueron los curdas locales quienes le avisaron al 'gringo' que el tren se le iba, y allá salio corriendo como desesperado, eso si, sin largar la botella y trepó al primer vagón que pudo que casualmente era el último: el furgón. Ni una posibilidad de pasar al resto de la formación, pues dependiendo el viaje, el furgón puede ser el primer vagón después de la locomotora o el ultimo; podía abrir la puerta que daba a la vía que dejaban detrás, pero no al resto del tren, podía tirarse al campo por la puerta que subió, pero allí estaba atrapado entre bártulos y a una edad que ya no era Indiana Jones para andar saltando por los techos de los vagones, condenado a viajar como equipaje cuando escucho unos ronquidos.


Al menos no estaba solo. Un olor peculiar le llamo la atención y en la escasa luz que entraba por la puerta, vio un esqueleto de madera sin nada encima y con algo de espacio a su alrededor, con un par de ojos mansos adentro que lo llamaban con sentimiento, aquejado ronquido. Nelson busco la linterna que llevaba siempre para emergencias y el delgado haz de luz le revelo a una chancha que hociqueaba desesperada una lata seca. La chancha lo llamo otra vez y Nelson se puso a buscar agua, algo tan inverosímil como buscar un diamante entre los trastos, y al fin de cuentas, lo único que tenia era la botella que no había largado ni cuando se trepo de ultima al tren. Peor es nada, pensó, y le escancio a la porcina una modesta ración de algún brebaje campero.



Ilustraciones: Fotografía de Ferando Carrera, tomadas de la revista en que se usaron las fotos, nota denominada Erre con Erre (de un trabalenguas infantil "erre con erre, carril")
Antiguo mapa ferroviario y los pueblos que unía en el interior de la Pcia. de Santa Fe, lejos de los centros urbanos sobre el Rio Paraná



Segunda Parte





En los vagones de pasajeros, la cosa no iba mejor, a pesar de haber recargado agua, y de los avisos de los guardas, en vagones que cargaban mas de un centenar de pasajeros en la clase popular, niños que había que cambiarles pañales, lavarles el traste, lavarles la cara, mojarse para espantar el calor, el agua se acabo. El calor era una maza que oprimía a la vieja culebra que de deslizaba a una velocidad que nada tenia de envidiable sobre los rieles, un viento norte caliente y seco lijaba las pieles y los ánimos: más bien los soliviantaba. Coincidió con que Robinson noto la falta de su hermano al que suponía vagando por el tren o en el coche comedor y que después de recorrer el ofidio metálico recalentado en toda su extensión, menos el vedado furgón, su hermano no aparecía por ninguna parte. Los guardas debieron de vérselas con matronas enfurecidas, comadres que les restregaban los culos sucios de sus párvulos, furiosas con los mozos del comedor que cobraban en oro una botella de una gaseosa, y un ingles seco como tronco para chimenea que les reclamaba su falta de control sobre el pasaje, ¿cómo no constataban que todo el mundo estuviese a bordo? Otra que el motín del Bounty, solo que acá estaban literalmente en la vía, a media maquina, sin una gota de liquido, con los baños inutilizables, decenas de críos berreando, un calor de Infierno, adiós aire acondionado y ninguna forma de comunicarse con el lejano poblado para ver si habían dejado atrás a un pasajero. Ni un rancho en la cercanía de la vía, como para parar a pedir agua siquiera, ni soñar en que tuvieran un teléfono para llamar a la estación, pues esta de mas esta decir que no lo tenia, y mas en la era del telégrafo. No lo tenían ni el rancho o casa, ni la estación.

El vagón de carga, oscuro y sin vidrios que magnificaran el calor, resulto ser fresco sino cómodo y ajeno al motín del pasaje: Nelson y la chancha se bebieron lo que quedaba en la botella y se durmieron una reparadora siesta hasta que unas 8 o 10 horas mas tarde el tren llego a otro pueblo e hizo parada. Los pasajeros salieron despavoridos como almas perseguidas por el diablo en busca de un baño, agua, algo para tomar a precio accesible que enseguida proveían vendedores oportunos y Robinson seguía ya en tono tajante, casi rayano en el grito en que buscaran a su hermano de alguna forma, cuando entre el gentío que pululaba por el anden vio venir la alta silueta de su ceca, contento como en Pascuas esquivando niños, y riéndose de como casi pierde el tren y tuvo que viajar en el furgón. Les aviso a los guardas de la puerta trasera abierta -a lo que no le dieron ni bola- y les aviso de darles de beber a la chancha a lo cual dieron menos bola todavía. Esto lo irrito: que se lo olvidaran como una maleta, que no pudiera pasar a su vagón, que se acabara el agua, pase; se dijo. Que maltraten a un animal, de ninguna forma.


- Mire Mister-dijo el Jefe de Tren o que tenia pinta de tal, un tipo reseco, moreno y con resentimiento de clase- esa chancha es de un señor militar -y ahí si le pinto respeto en la voz pues estos ya hacían sentir su peso- que la lleva para cenar en Navidad, así que le queda poco hilo en el carretel, ¿sabe? Mientras menos liquido tome mejor, así no mea mientras la degüellan.-

- Oh... all right- y algo en la expresión azul de sus iris supuestamente inocentes le indico a Robinson que lo mejor del motín estaba por venir.Esta vez se aseguraron que todo el mundo estuviera a bordo, los tanques llenos, le sirvieron una aguachirle al pasajero extraviado y los guardas lo escoltaron a su asiento al fresco artificial restablecido en su primerísima clase, aunque rodeado por la mirada inquisidora de casi un centenar de almas. Antes que nada, fue Robinson el que hablo:

- Olvidate de la chancha (1)- dijo en tono de jefe autoritario.-

- Si, si.... seguro.-

- No escuchaste que la chancha es de un militar (que ya venían haciendo campar sus respetos desde los años 30)??-

- Si, si, escuche.-

- Y que estas haciendo entonces?- pues los preparativos que veía no le auguraban nada bueno.-

- Vas a ayudarme o no?- no necesito respuesta mientras se colgaba una cámara fotográfica antigua al cuello y se quitaba en un striptease sin erotismo alguno la ropa que llevaba puesta con la excusa de haber estado por lugares non sanctos (y casi provoca un desmayo masivo entre las damas) y por poco queda prácticamente en camiseta, con aspecto de atorrante mas que de señor

- Voy a tomar otro café- resumió.








Efectivamente rumbeo para el coche comedor, donde se trago el aguachirle desabrida mientras hablaba con un mozo y averiguaba las futuras paradas, con interés de documentalista ferroviario. El jefe de no le quitaba el ojo de encima, mientras Nelson se despachaba contándole de sus abuelos, aquellos legendarios constructores de vías férreas, iba reuniendo un coro a su alrededor escuchando la historia del tendido de ramales secundarios, explicándoles la forma de construcción de las vías, y el ceño del moreno se fruncía mas sin saber porque ya odiaba a ese tipo. Cualquier argentino medio que viajara en primera lo hubiera lanzado del tren en movimiento de haber quedado atrapado en el furgón por tantas horas en mal oliente compañía; este 'gringo' ni se había mosqueado mucho, solo jodió por darle agua a la maldita chancha de un condenado simple suboficial militar que quería cenársela en la Nochebuena y sin embargo tenia una expresión de odio, de resentimiento tal vez enraizada en La Forestal- una esclavista compañía inglesa- porque aquel tipo estaba lejos de la agresión, les hablaba de como surgió en siglo pasado el esqueleto de hierro como el que transitaban, que unía ciudades, pueblos, a su vera fueron surgiendo poblados, llevando hasta donde se podía y lo permitían las autoridades de turno, el progreso, los había transportado en el tiempo, amenizado el viaje y hasta le tomo una foto a la personal de planta completa del comedor, cocinero incluido y por supuesto al Sr. Jefe de Tren con expresión torva. Durante horas eternas estuvo en su asiento, fingiendo leer y pensando en la chancha sedienta del furgón, calculando cuando tardarían en llegar a zona más verde, mas propicia, según el esquema de paradas, que no era muy a menudo ya por cierto, pero ardía de impaciencia. Impaciencia libertadora de chanchas condenadas a muerte. En la próxima parada, le deslizo un billete que hizo abrir los ojos como el dos de oro a un mozo para que se deslizara al furgón y diera de beber al animal, y de ser posible abriera la puerta que daba al tren, mientras se quedaba a la vista del Sr. Jefe y hasta tomando fotografías de la estación. Otra vez en movimiento, el mozo le informo que le había dado de beber a la chancha pero no había podido abrir la puerta, jodida complicación.

- Vas a ayudarme o no?- pregunto por ultima vez y Robinson negó con solo un gesto.

- All right.- Se fue de nuevo al comedor, se trago otro aguachirle cada vez más desabrido y trato de averiguar si en algún momento el tren perdía velocidad. Si, después de tal parada, están cambiando las vías y arreglando un puente; el tramo se hacia a paso de hombre. Por las dudas, le dio otro billete al mozo y se fue a su asiento y en arrebato hasta tomo parte de las provisiones que llevaba Robinson: un reconstituyente trago de whisky, porque la comida del comedor..... torturaba las tripas. ¡Genial idea!En la parada de advertencia, se dejo ver como nunca, se fue a su asiento y luego casi le pasa por encima al Jefe corriendo al baño de hombres, en la otra punta de su vagón. Entro al trono, cerro de un portazo, para salir sigiloso como un gato quedándose agazapado entre las uniones de coches, hasta que el tren perdió velocidad, y con una agilidad que creía perdida se deslizo al suelo, espero por el furgón y trepo sin mayor elegancia.

Cargaba linterna y una navaja como únicas armas. La chancha lo reconoció, le ronco y el le toco el hocico húmedo y frio. El esqueleto en que estaba encerrada estaba remachado como para una bomba nuclear, pero haciendo palanca con la navaja y algún trasto encontrado por allí empezó a desclavar la tapa, tramite que le parecía le tomaba una eternidad. Descargo toda su fuerza hasta que las maderas cedieron y con furia libertadora arrojo la tapa por cualquier parte, y entonces si, navaja entre los dientes, alzo a la cerda y la llevo hasta la puerta. El tren se había convertido en una lombriz por la velocidad que llevaba.

- Buena suerte, bonita- le deseo mientras se dejaba caer junto con el peso muerto del animal, la chancha le dio un hocicazo a modo de beso y salio corriendo lo más rápido que le permitían sus patitas. Nelson se puso en pie gozando con la imagen de la chancha libre, corrió para trepar al furgón a recoger su linterna y por casualidad tropezó con la botella que genero su viaje en compañía animal y en un rapto de imaginación final arrojo la botella dentro del esqueleto, verifico no dejar pruebas, se lanzo del furgón y corrió porque había tardado mucho y el tren empezaba ya tomar carrera, logrando trepar al siguiente vagón: segunda clase. Recorrió el tren a todo trote y se detuvo en el antebaño de su clase para higienizarse.

Rojo, sudoroso, la transpiración le caía en ríos por la cara, parecía venir de tener una charla con Caronte, cuando escucho detrás suyo al Sr. Jefe de Tren:

- ¿Donde estaba?-

Nelson se dio vuelta lentamente le mostró su faz desfigurada por el esfuerzo pues ya no era un mozalbete para andar subiendo y bajando de un tren en marcha, desclavando cajones y alzando fornidos porcinos, y el Sr. Jefe se asusto, pues el mister parecía estar mal, lo que se dice enfermo.

- ¡Cagando hombre!- le espeto en un castellano de lo más nacional y telúrico. Se arrojo agua sin ningún cuidado en el rostro, mientras el corazón parecía querer escapársele del pecho, en parte por alegría, en parte por corriente fatiga, y sin ningunos modales ya, le espeto al hombre que lo había sacado de quicio- ¿hay algún medico en este condenado tren? Lo había. Nelson adujo una cagantina epopéyica, sudores y chuchos de frío; el medico le dio unas pastillas de carbón de su equipaje como para que no visitara el baño en un mes, un antiespasmódico de lo mas corriente y lo arroparon en su asiento como si estuviera por ser finado y encima con un hermano tan desatento y frío.

Cuando por fin el tren entro en la estación Retiro, mi madre y mi tía acogieron al "enfermo" tío, mientras Robinson con una calma chicha más que flema iba por el equipaje. Los gritos de un simple sargento resonaban en el anden, y se le venia encima el mal parido y resentido de Jefe de Tren, a avisarle que faltaba la chancha. En un segundo, Robinson lo petrifico con un aire de superioridad, y le cerró el pico recordándole que no tenían nada que ver con el animal. El milico también se le acerco y entre los dos no pudieron con la fría dignidad de Robinson, un aire de "no dominamos las 3/4 partes del mundo para esto", que los mando dignamente a paseo recordándoles que su hermano, todo un señor que había caído enfermo por el maltrato recibido en el viaje: lo habían olvidado en una estación, de milagro pudo subir al furgón, había viajado en la infecta compañía de ese animal y he ahí que por ello supuestamente había enfermado, les había advertido que la puerta de atrás del furgón estaba abierta, ¿y los guardas que habían hecho? Nada. Ni siquiera le dieron de beber al pobre animal. ¿No habían ido por casi más de media hora a paso de hombre?
Cualquiera puedo subir a robar lo que se le antojara. ¿Donde se pensaba que llevaba el una chancha? ¿¿¿en la valija???, acoto el enfermo que no iba a quedarse escondido entre mujeres y niños.El milico casi le parte la botella de chupi barato en la cabeza al guarda, Robinson y Nelson saludaron con el aire de un señor despidiendo a un lacayo y fueron a reunirse con la familia, que a la vista del milico no tenían aire de ser gente de andar robándose chanchos, hasta que por fin pudieron hablar:

- Lo hiciste- dijo Robinson por todo comentario.-

-Lo hice, pero de verdad me cague- todos los miraron con expresión de no creer que un simple guarda de tren y un milico que no pasaba de sargento le infundieran miedo- Cuando pensé que el tren se me iba y me quedaba en medio del campo, me cagué en las patas...




Ilustraciones: 1)Antigua estación de Gral. Pinedo en estado actual, donde solo pasa un ramal de cargas.
2) El servicio del FFCC Gral. Belgrano partiendo de la estación de Resistencia: en este caso el furgón va detrás de la locomotora, pero si no había tiempo de entrar a playa de maniobras, podía quedar al final. El orden no importaba mucho.
3) La actualidad en un país sin ferrocarriles: Así viaja actualmente la gente que antes podía costear un pasaje en clase turista: en los reducidos espacios que dejan las tolvas sojeras, aunque se sea un anciano de 80 años.

AUTORA: Alejandra (Lady Zuricat)

Read more...

OCASO

Wednesday, February 20, 2008

Foto: http://www.tusfotos.org/galeria/data/media/2/Ocaso-IV.jpg



Cuando acaso en el ocaso de mi vida,
me pregunte si en vano yo he vivido,
mi respuesta será bien entendida,
sin dejar dudas y malos entendidos.

Cuando acaso en el ocaso de mi vida,
decida inventariar todo el pasado,
seguro encontraré mis alegrías,
alternando tristezas y por que no, fracasos.

Cuando acaso en el ocaso de mi vida,
nostalgiosos recuerdos fluyan a mi mente,
el barrio, los muchachos y la esquina,
y ese amor que tenía, cuando adolescente.

Cuando acaso en el ocaso de mi vida,
medite con el tiempo suficiente,
comprenderé que mi causa no está perdida,
al ver los ideales, revividos en la gente.

Cuando acaso en el ocaso de mi vida,
por cumplido me daré si he conseguido,
mas allá de conductas muy fallidas,
haber sido útil,
a alguien que ha sufrido .-

Podemos ser útiles por años,
quizàs meses,
días, horas o minutos.
Nunca lo sabremos.
Pero si hemos ayudado al otro
tendremos la certeza de
haber dejado una huella
difìcil de borrar.
Porque
¿que somos si no tenemos nada para dar?
NADA!




Autor: Adalberto (Hippie Viejo)

Read more...

About This Blog

Lorem Ipsum

  © Free Blogger Templates Nightingale by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP